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Mujeres sitiadas y en peligro
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La cuarentena ha significado también un riesgo para muchas mujeres que comparten espacio con sus agresores, de esto y de cómo estar preparada para posibles agresiones en casa nos habla la escritora Carolina Escobar Sarti.


“No puedo hablarte más, él está cerca”, me dijo antes de cortar la última vez que hablamos por el celular. Más controlada y encerrada que de costumbre por la llegada del coronavirus al país, esta amiga ha sido siempre la mujer ejemplar, según la norma lo dicta en mi sociedad. Se encerró cuando sus hijos estuvieron pequeños, cuando se enfermaron de varicela, se encerró siempre después de las 19 horas, cuando él volvía, si es que volvía.  Se encerró en su casa, en sus obligaciones, en sí misma y preservó el orden.

Con la llegada del coronavirus y un marido que cada vez ejerce sobre ella mayor violencia, el estado de calamidad y el toque de queda entraron a cada esquina de su casa. Y a ella no le quedó otra salida más que encerrarse con su verdugo. Sabemos que el encierro y el aislamiento aumentan las vulnerabilidades y potencian, aún más, las violencias y los abusos que muchas mujeres
 ya padecían antes de estas situaciones de mayor estrés, aislamiento y encierro. Esto obedece a diversos factores que van desde los roles asignados a cada género dentro de nuestra sociedad, hasta la pobreza de muchas mujeres y su dependencia económica de los hombres, pero también a la responsabilidad de tener que cuidar a otros, y al propio estado emocional y psicológico de quienes sistemáticamente violencia. Todo esto, respaldado por una cultura y una sociedad que normaliza silenciosamente el abuso sexual, físico y psicológico en los cuerpos de niñas y mujeres.  También de los niños, pero eso será material para otro artículo. En resumen, durante una crisis como la actual, el miedo, la ansiedad y la tensión asociadas al peligro, tienden a aumentar los factores de riesgo que conducen a distintas formas de violencia contra las mujeres.


Me viene a la mente la tesis de Marcela Lagarde sobre “Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas.” A partir de testimonios muy cercanos, sé que hay mujeres que los han vivido todos o casi todos, y que hablan muy poco de ello porque su autoestima está debilitada y la violencia contra ellas está socialmente normalizada. Pero no solo los golpes son violencia; hay otras formas en que la violencia se expresa cada día. Cuando una mujer intenta dormir y el hombre se para a pocos centímetros de ella, amenazando su sueño para que se levante pronto y continué haciendo “lo que le toca”, es violencia. Cuando una mujer elige una canción o una película, y él le dice a gritos que es una música vulgar o una película para idiotas, y que mejor vean lo que él propone, es violencia.  Cuando él le arruina siempre las horas de comida, dándole sermones sobre el valor que contiene cada alimento e impidiéndole comer lo que ella desea por considerarlo poco saludable, es violencia. Cuando él se para cerca del teléfono cada vez que ella recibe una llamada de alguien y le dice en recio “apurate y cortá, porque me tenés que hacer tal o cual cosa”, es violencia.  Cada grito repetido de “estás loca, agarrá tus cosas y te vas de mi casa”, es violencia. Cuando la despierta durante la  madrugada para que limpie el baño, ya que “no sabe por qué” el inodoro se rebalsó luego de que él lo usara, es violencia.  Y si, durante la hora y media que ella emplea en limpiar, él duerme a pierna suelta, no hablamos solo de violencia, sino de abuso y explotación. Por supuesto, está demás decir que cualquier agresión física, verbal, psicológica o sexual, a solas o delante de cualquiera, es violencia.

En Argentina, están habilitando hoteles que ahora están vacíos por el coronavirus, para mujeres que están sufriendo violencia en sus casas. Acá podemos esperar sentadas a que eso suceda.  A las mujeres guatemaltecas que conviven con hombres violentos, el Covid-19 las tiene sitiadas y viviendo un verdadero infierno, porque estar a solas con un hombre violento es una condena. Además, la policía o las redes de apoyo que normalmente acuden a sus llamados, también están viviendo a otro ritmo debido a la epidemia. Lo que le queda a estas mujeres es tener una palabra clave que sepa su persona de mayor confianza, y encontrar el mínimo instante para comunicarse y pasar el mensaje, porque aún cuando el agresor esté respirándole en la oreja todo el tiempo, hay instantes en que se aleja. Mantener en puntos clave los números 1518, 1572 o 1555 para llamar en caso de violencia es también una buena medida.  Pero quizás lo primero que estas mujeres pueden hacer (y se dice fácil pero no lo es), es irse de allí. La vida llegará inmediatamente después.

*Carolina Escobar Sarti es poeta, investigadora social y directora de la asociación La Alianza, para cuidado, la protección y la garantía de los derechos humanos de niñas, niños y adolescentes.

Escucha la columna en la voz de Carolina Escobar Sarti, aquí:

Mujeres sitiadas y en peligro – Carolina Escobar Sarti

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