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COVID-19: Entre la fe y la realidad
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El discurso de la fe ha sido uno de los principales recursos retóricos de los gobernantes latinoamericanos ante la epidemia del coronavirus, el periodista Haroldo Sánchez nos habla del peligro que esto implica y de la necesidad de plantear la fe en otro espacio.


En América Latina, la religión desempeña un rol importante en la vida de las personas. Pueblos creyentes que desde la llegada de los conquistadores españoles y portugueses, se convirtieron a una religión donde Dios controla sus vidas y la naturaleza. Creen en esa existencia divina y están convencidos que sus vidas están marcadas por la fe.

Ante la pandemia del coronavirus, y su llegada a esta región, las distintas iglesias se vieron desbordadas por la necesidad de sus fieles de no sentirse solos ante el peligro de esta enfermedad. Así, las iglesias católicas y protestantes en sus diversas corrientes, son las principales fuentes de paz espiritual, para millones de personas que, ante la gravedad de la crisis, buscan refugio en la religión.

Es normal que una persona cuando se enfrenta a lo desconocido, sienta temor, miedo e incertidumbre. Así que busca esa ayuda espiritual, para hacerle frente a una situación que no está bajo su control.

Los gobernantes latinoamericanos también mencionan a Dios en sus mensajes a la población. En Guatemala el gobierno llamó a un día de oración y ayuno, buscando así la ayuda de Dios. El presidente de Colombia, Iván Duque, pidió protección a la patrona de ese país,Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. En Costa Rica se pidió que la Virgen de los Ángeles, fuera elevada en helicóptero para sobrevolar su territorio y así, defenderlos del virus.

El mensaje religioso no escapa al resto de Latinoamérica, donde sus presidentes lanzan mensajes para darle consuelo a sus pueblos, usando el nombre de Dios y de la Virgen, como refugio mental ante la pandemia.

Antes que estallara la pandemia en la región, los cultos religiosos y sobre todo los líderes de estas iglesias, eran el ancla de millones de personas que buscaban encontrar en sus mensajes, consuelo y orientación. Hoy en día, se suspendieron los encuentros masivos de personas, dado que los templos se convierten en foco de contaminación por las grandes concentraciones que se producen en esas reuniones religiosas.

Y como ocurrió en Colombia, una joven recién llegada de Europa, fue a una misa siendo portadora del virus. Hoy, ese país sudamericano es uno de los afectados por esta pandemia. 

En Brasil, otra de las grandes naciones del cono sur, Edir Macedo, fundador y obispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios, una de las principales instituciones evangélicas neopentecostales señaló que el COVID-19 es una obra del diablo y que sus fieles deben orar para alejarlo de sus vidas.

López Obrador, en México, en una sus apariciones, le dijo a los periodistas que uno de sus escudos era la oración: “Detente enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo”. Cuando la humanidad se enfrenta a uno de los brotes más peligrosos de este siglo, el pensamiento mágico no ayuda a contener la expansión de esta pandemia.

Y es que una cosa es la creencia individual de los gobernantes, y otra la realidad científica para sostener esta lucha contra el coronavirus. Decirle a la gente que Dios los salvará, que no se preocupen, en lugar de exigir que tomen precauciones para no contagiarse, es mentir con desfachatez y es irresponsable.

Los dirigentes políticos de América Latina tienen un gran reto en estos momentos y no deben confundir a su gente. Esto no es una maldición de Dios. Ni es un castigo divino. Es una enfermedad que debe ser combatida y que, como otras que han azolado al mundo, se debe enfrentar con medidas sanitarias y sacrificios colectivos e individuales.

Mentir en nombre de Dios, solo tendrá consecuencias nefastas para todos los latinoamericanos. La gestión de crisis en estos países no pasa por las iglesias. Pasa por el compromiso de todos los gobiernos para reducir el riesgo de contagio.

Por eso era importante la suspensión de los encuentros religiosos masivos. La búsqueda de Dios debe ser individual, personal, íntima, sin olvidar que solo la claridad científica del hombre, podrá permitir que esta pandemia no se convierta en una de las más graves tragedias de nuestro continente.

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